Entre las estrellas ✨

 Entre las estrellas.

Cuando me diagnosticaron cáncer no me sorprendió mucho el dictamen, siendo yo misma y mi marido doctores ya sospechábamos lo peor, sin embargo, nada se compara a ese pánico primordial que sentimos todos al darnos cuenta de nuestra propia mortalidad. 

Estuve muy deprimida las primeras semanas, no quería levantarme de la cama. Mi apetito, que ya casi estaba extinto, desapareció por completo en esos días. Dormía acurrucada a un viejo álbum de fotos familiares. Solía acariciar sus páginas llenas de recuerdos mientras aspiraba el olor a pergamino y pegamento. Ya no se podían encontrar muchos libros, al menos no de papel y tinta. El mundo había cambiado bastante en los últimos cincuenta años y ahora, en el 2195, lo que antaño parecía imposible hoy era una realidad. Mi esposo William siempre me repetía esa frase cuando encontrábamos un tratamiento alternativo que no funcionaba. Yo me cansé de su cruzada en el primer mes, pero no tuve el valor de aplastar sus esperanzas, por eso le seguía la corriente, aunque con creciente desánimo. Ese día llegó particularmente emocionado:

— ¡Encontré una cura, Sara… me dijo con lágrimas en los ojos. — ¡La encontré!

— ¿De qué hablas? Sabes que el cáncer no tiene cura…

— ¡Solo que sí, sí la tiene y tú la vas a recibir!

— Pero… no entiendo… ¿cómo…?

— Un grupo de científicos encontró una enzima exótica con una tasa de éxito de 99.8%. Ya ha sido probada en varias formas de cáncer, siempre con el mismo resultado.

— ¿Estás seguro? — pregunté y se me iluminó la mirada.

— Sí, cariño, sí… es un poco costosa pero no importa, nos las arreglaremos.

Esbocé una sonrisa radiante ante esta oportunidad que me presentaba la vida. Corrí junto a mi esposo y lo abracé y besé con entusiasmo.

— ¡Oh, William! ¡Eso es magnífico! ¿Qué estamos esperando? ¡Vamos allá de inmediato!

— Sí… bueno… hay un pequeño problema con eso. — murmuró mientras apartaba la mirada.

— ¿Qué pasa? ¿Qué tan caro es? Estoy segura que, si vendemos algunas de mis joyas y con mis ahorros del hospital es dinero suficiente, sino siempre podemos pedir un préstamo al banco.

— Sí, pudiera ser… pero ese no es el problema.

— ¿Y cuál es? ¡Dime, me estás matando de la angustia!

— ¡No digas eso! — se frotó las manos con nerviosismo y agregó: — Lo que pasa es que el tratamiento fue descubierto en Europa y va a tardar al menos un año en llegar acá.

— Bueno, eso no es un problema para nada, Europa está a unos pocos minutos de vuelo, estoy segura que si salimos ahora… espera, ¿qué quieres decir con acá? ¿Por qué lo dices en ese tono?

— Es que no se trata de nuestra Europa, la enzima fue descubierta en Júpiter, en una de sus lunas para ser más precisos, esa sería Europa.

La felicidad que hasta hacía momentos me embargaba se hizo añicos ante semejante noticia. Varias lágrimas rodaron por mis mejillas y empecé a sentirme mal, todo me daba vueltas. William me tomó en sus brazos y me ayudó a sentarme.

— ¡Oh, Will! ¿Qué vamos a hacer? Sabes que no tengo un año para esperar el tratamiento. ¡Oh, Dios! ¿Por qué me castigas de esta forma? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? — clamé entre sollozos.

— Ya, ya, amor… tranquilízate… sabes que no te hace bien ponerte así. Además, creo que encontré una solución.

— ¿Una solución? ¿De qué hablas?

— Bueno, hay un crucero espacial que sale dentro de seis días rumbo a las colonias de Ío, de ahí un grupo de la Cruz Roja va a hacer una pequeña expedición a Europa, hablé con ellos y están de acuerdo en llevarnos hasta allá para que recibas el procedimiento. ¿Qué me dices?

— ¿Un crucero? ¿En el espacio? No lo sé amor, sabes que sufro de claustrofobia. Además, las radiaciones allá arriba son mayores a pesar de los filtros, ¿y si mi proceso se acelera?

— Solo son tres meses de viaje, no creo que sea tiempo suficiente para un daño irreversible, te prometo que todo va a salir bien. De lo contrario tú misma lo dijiste, no nos queda más de un año juntos, ocho meses como máximo, de hecho.

— No lo sé, tengo que pensarlo bien. Tengo miedo, hay mucho que puede salir mal. Además, no puedes faltar al trabajo por tres meses seguidos, sin contar los otros tres del viaje de regreso.

— Ah, pero no vamos a regresar, nos conseguí trabajo en un centro médico de investigación en Ío. Estaban cortos de personal y les envié nuestro currículo. Están más que contentos de tenernos trabajando con ellos.

— No lo sé…

— Por favor, hazlo por nosotros. Esta es una oportunidad increíble que no se da dos veces en la vida. Además, estaremos viviendo entre las estrellas. — Agregó con una sonrisa.

— Está bien, hagámoslo. — Respondí con inseguridad.

— ¿Sí?

— ¡Sí, sí, sí! — grité con euforia y nos besamos nuevamenteentre risas y lágrimas

En los próximos días casi olvidé lo que era tener esta horrible enfermedad. Me dediqué a vender nuestro apartamento y nuestro auto y a despedirme de amistades y parientes, mientras William renunciaba a su trabajo y extraía el dinero de nuestra cuenta de ahorros. 

Cuando llegó el día indicado para zarpar yo era un manojo de nervios, no podía parar de temblar, y la inmensa mole de hierro que se erguía frente a mí en el muelle del Aeropuerto Interespacial no ayudaba mucho. Era una máquina impresionante con más de sesenta metros de largo por cuarenta de ancho. El diseño de acero pulido estaba rematado por grandes letras doradas sobre un fondo negroque ponían el nombre de la nave: Talos. Dentro todo era nuevo y brillante, limpio en exceso, casi como una sala de operaciones. 

Las primeras semanas nos costó un poco adaptarnos a la vida a bordo, sobre todo porque mis síntomas comenzaron a empeorar drásticamente; pero la esperanza me mantenía fuerte, la esperanza, y William, que se desvivía en atenciones. 

Seis días antes de terminar nuestro viaje estábamos pasando el rato en una de las salas comunes cuando el estrépito insoportable de una alarma, acompañado de flashes rojos y seguidos por una grabación nos sobresaltó. 

— ATENCIÓN: TODOS LOS PASAJEROS DIRÍJANSE EN ORDEN A LA CÁPSULA DE ESCAPE QUE LES FUE ASIGNADA. MANTENGAN LA CALMA. ESTO NO ES UN SIMULACRO. REPITO, ESTO NO ES UN SIMULACRO. — clamaban en ciclo los altoparlantes con la voz de la capitana de la nave.

Como ocurre siempre en estos casos, de nada sirvió pedir que se mantuviera la calma: el miedo reptó por el interior de los pasajeros y tripulantes por igual y en pocos minutos se había instaurado el caos. Will y yo nos quedamos paralizados por el terror, no sabíamos qué estaba sucediendo ni cómo reaccionar. Uno de los oficiales fue quien nos sacó del sopor.

— ¿Qué hacen aquí todavía? — gritó. — ¡Rápido a sus cápsulas des escape! ¡Rápido!

— Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué se activó la alarma? — preguntó Will.

— Varios asteroides del cinturón de Saturno se dirigen a la nave a toda velocidad. No hay forma de esquivarlos, es por eso que estamos evacuando.

— ¿Pero evacuando a dónde? Europa está a una semana de esta posición. — cuestioné mientras observaba por una de las ventanas la inmensidad de Júpiter, con sus remolinos de gases formando tormentas en su superficie. Entonces recordé un artículo que había leído antes de embarcarnos en la Talosque hablaba del cuerpo celeste y de sus terribles tormentas, capaces de engullir el planeta Tierra varias veces, y comencé a llorar.

— No se ponga así señora, vayan a su cápsula, ellas están preparadas para mantenernos con vida hasta que seamos rescatados. — trató de tranquilizarme él.

— Está bien, Sara, cariño —dijo William— ven conmigo, vamos a hacer lo que se nos pide.

Accedí y empezamos a caminar en dirección al corredor con el número que nos fue asignado. Las personas corrían frenéticas de un lado a otro, presas del pánico, y en cierto punto también nosotros empezamos a correr. Los asteroides más pequeños, a la vanguardia de su comitiva, hicieron contacto con el casco de la nave y todo se estremeció. Algunos cayeron al suelo y fueron pisoteados por la cada vez más histérica turba. Estaba aterrada y comencé a fatigarme con rapidez, había dejado el respirador que me habían dado días antes en la sala de estar. No tenía sentido regresar por él así que aspiré hondo el aire reciclado y avancé con resolución.

A los pocos minutos, que parecieron una eternidad, encontramos la cápsula 1082: era la nuestra. Nos metimos dentro como pudimos y sellamos todas las salidas preparándonos para eyectar, cuando una roca enorme pasó rodando por el corredor en el que habíamos estado, creando una grieta al espacio en el techo del pasillo. La Talos se retorció y comenzó a dar vueltas sin control destruyendo cientos de cápsulas que acababan de ser expulsadas y se encontraban en su trayectoria. Las ondas expansivas de las explosiones la hicieron girar y precipitarse hacia el planeta gaseoso. 

Mientras tanto nosotros luchábamos por deshacernos del abrazo mortal que ejercía sobre nuestro bote salvavidas las pinzas de seguridad ahora averiadas. Casi no lo logramos, pero un segundo asteroide hizo añicos lo que quedaba de la embarcación esparciendo trozos de chatarra por el cosmos. La metralla alcanzó otro centenar de cápsulas que fueron devastadas en el instante, pero nosotros estábamos libres, fuera de curso, pero libres. 

Intentamos volverla a encauzar, mas una fuerza invisible nos lo impedía. Luchamos en desventaja, sin saberlo, durante varias horas, hasta que lo vi: un vórtice rojo del tamaño de un planeta que se abría ante mí como si fueran las fauces escarlatas del infierno. La Gran Mancha Roja siempre fue un espectáculo hermoso, no obstante, ahora se presentaba terrible atrayéndonos con su fuerza de gravedad. Probamos varias alternativas y todas fueron en vano. Júpiter, implacable, continuó haciéndose grande, poco a poco, frente a nuestros ojos.

Hace ya dos días que perdimos la esperanza de ser rescatados.

 

 

Comentarios

Entradas populares